El 2012 está siendo el Año
Europeo del Envejecimiento Activo y la Solidaridad Intergeneracional con el
objetivo de promover la vida activa y saludable para todas las edades y
compartirla entre nosotros.
Nos queda muy poquito de este año tan importante en el que tomar conciencia de que tenemos que cuidarnos para tener un envejecimiento con más calidad de vida y aprender a valorar a nuestros mayores que son fuente de sabiduría y compartir con ellos la alegría de poder compartir. Os dejo un cuento tradicional japonés dedicado a los mayores. Espero que lo disfrutéis también con ellos.
La montaña donde se abandonaban los ancianos.
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Ilustración de Hiroshige |
Había una
vez, hace mucho, mucho tiempo, una pequeña región montañosa dónde tenían la
costumbre de abandonar a los ancianos al pie de un monte lejano. Creían que
cuando se cumplían los sesenta años dejaban de ser útiles, por lo que no podían
preocuparse más de ellos. En una
pequeña casa de un pueblecito perdido, había un campesino que acababa de
cumplir los sesenta años. Durante todos estos años había cuidado la tierra, se
había casado y había tenido un hijo. Después había enviudado y su hijo también
se casó, dándole dos preciosos nietos. A su hijo le dio mucha pena, pero no
podía desobedecer las estrictas órdenes que le había dado su señor. Así que se
acercó a su padre y le dijo:
-
Padre, los siento mucho, pero el señor de estas tierras nos ha ordenado que
debemos llevar a la montaña todos los mayores de sesenta años.
- Tranquilo hijo, lo entiendo. Debes hacer lo
que el señor diga -, contestó el anciano lleno de tristeza.
Así que el joven se cargó al viejo a la
espalda, ya que a su padre ya le era difícil caminar por el bosque, e inició el
viaje hacia las montañas. Mientras iban caminando, el joven se fijo que su
padre dejaba caer pequeñas ramas que iba rompiendo. El joven creyó que quería
marcar el camino para poder volver a casa pero cuando le preguntó, el anciano
le dijo:
- No lo estoy haciendo
para mi, hijo. Pero vamos a un lugar lejano y escondido, y sería un desastre
que te desorientases y no pudieses volver. Así que he pensado que si iba
dejando ramitas por el camino seguro que no te perderías.
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Ilustración de Hasui |
Al oír estas palabras el joven se emocionó
con la generosidad de su padre. Pero continuó caminando porqué no podía
desobedecer al señor de esas tierras. Cuando finalmente llegaron al pie de la montaña, el hijo, con el corazón
hecho pedazos, dejó allí a su padre. Para volver decidió utilizar otra ruta,
pero se hacía de noche y no conseguía encontrar el camino de vuelta. Así que
retrocedió sobre sus pasos y cuando llegó junto a su padre le rogó que le
indicara por dónde tenía que ir. Se volvió a cargar a su padre a la espalda y,
siguiendo las indicaciones del anciano, empezó a cruzar el valle por el que
habían venido. Gracias a las
ramitas rotas que el viejo había dejado por el camino, pudieron llegar a su
casa. Toda la familia se puso muy contenta cuando vieron de nuevo al anciano.
Entonces, el joven decidió esconderlo debajo los tablones del suelo de su
cabaña para que nadie lo viese y no le obligasen a llevárselo otra vez.
El señor del país, que era bastante caprichoso,
a veces pedía a sus súbditos que hiciesen cosas muy difíciles. Un día, reunió a
todos los campesinos del pueblo y les dijo:
- Quiero que cada uno de vosotros me traiga una cuerda tejida con ceniza.
T
odos los campesinos se quedaron muy
preocupados. ¿Cómo podían tejer una cuerda con ceniza? ¡Era imposible! El joven
campesino volvió a su casa y le pidió consejo a su padre, que continuaba
escondido bajo los tablones.
-
Mira -, le explicó el anciano-, lo que tienes que hacer es trenzar una cuerda
apretando mucho los hilos. Luego debes quemarla hasta que solo queden cenizas.
El joven hizo lo que su padre le había
aconsejado y llevó la cuerda de ceniza a su señor. Nadie más había conseguido
cumplir con la difícil tarea. Así que el joven campesino recibió muchas
felicitaciones y alabanzas de su señor. Otro día, el señor volvió a convocar a los hombres de la aldea. Esta vez
les ordenó a todos llevarle una concha atravesada por un hilo. El joven
campesino se volvió a desesperar. ¡No sabía cómo se podía atravesar una concha!
Así que, cuando llegó a casa, volvió a preguntar a su padre lo que debía hacer
y éste le contestó:
- Coge una
concha y orienta su punta hacia la luz- explicó el anciano-. Después coge un
hilo y engánchale un grano de arroz. Entonces dale el grano de arroz a una
hormiga y haz que camine sobre la superficie de la concha. Así conseguirás que
el hilo pase de un lado al otro de la concha.
El hijo siguió las instrucciones de su padre y así pudo llevar la concha
ante el señor de esas tierras. El señor se quedó muy impresionado:
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Ilustración de Hiroshige |
- Estoy orgulloso de tener gente tan
inteligente como tu en mis tierras. ¿Como es que eres tan sabio? - le preguntó
el señor. El joven decidió
contestarle toda la verdad:
-
Veréis señor, debo ser sincero. Yo debería haber abandonado a mi padre porqué
ya era mayor, pero me dio pena y no lo hice. Las tareas que nos encomendó eran
tan difíciles que solo se me ocurrió preguntar a mi padre. Él me explicó como
debía hacerlo y yo os he traído los resultados.
Cuando el señor escuchó toda la historia, se quedó impresionado y se dio
cuenta de la sabiduría de las personas mayores. Por eso se levantó y dijo:
- Este campesino y su padre me han
demostrado el valor de las personas mayores. Debemos tenerles respeto y por
eso, a partir de ahora, ningún anciano deberá ser abandonado.
A partir de entonces los ancianos del
pueblo continuaron viviendo con sus familias aunque cumplieran sesenta años,
ayudándolos con la sabiduría que habían acumulado a lo largo de toda su vida.